En el verano de 1798 tres
cazadores de la región francesa de Aveyron capturaron en el bosque a un niño de
unos once años que iba desnudo, no hablaba, andaba a cuatro patas y había
permanecido aislado de todo contacto humano. La educación del muchacho fue
confiada a Jean Itard, un joven médico de 26 años que recogería en dos libros su
experiencia pedagógica. Las doctrinas cartesianas acerca de las ideas innatas
quedaron puestas en entredicho por Víctor, cuyo aislamiento habría producido
unos efectos que mostraban claramente los condicionamientos ambientales de la
naturaleza humana. Itard, tuvo que inventar y ensayar métodos pedagógicos.
Algunos consideraron que
era incapaz de ser educado, en vez de sospechar la insuficiencia de sus métodos.
Itard era partidario de una filosofía sensualista, utilizar la vista, el oído y
la experiencia sensorial directa para evocar las ideas correspondientes. Para
ello primero lo separó de la sociedad, de la relación social y el lenguaje,
Itard se oponía a pensar que el niño era un idiota de nacimiento, y rechazo
todas las nociones hipotéticas para centrarse en las impresiones sensoriales.
Diseño un tratamiento médico-pedagógico adaptado a las características de su
paciente. De la observación vio que sin ninguna instrucción, expresaba sus
necesidades físicas, que se le podía transmitir, mediante los mismos signos,
fueron las primeras palabras que podían aplicarse a los sordomudos. Signos
tomados de los alumnos, para añadir otros. Una vez se aprendía el signo emparejado
con el objeto correspondiente, se empareja con la palabra escrita, y acceder a
las ideas abstractas. La pedagogía entonces se basaba en el material que había
que enseñar, en vez de basarse en el alumno Para Itard debía situarse al niño
en circunstancias apropiadas, crear un medio sano, alentador que satisfaciera
sus necesidades: el fabricar objetos, imágenes y sonidos que pudieran utilizarse
como instrumentos educativos.